CUENTOS GANADORES DE LA CONVOCATORIA LITERARIA INFANTIL
 “LA TÍA LALA NOS CUENTA”

LOS TRES LORITOS

Cerca de un pueblito sureño, llamado Río Mayo, vivían tres loritos barranqueros. Cada uno deslumbraba por el color particular del brillo de sus plumas. Al nacer fueron llamados Kelü, Korü y Chod.
            Todas las mañanas, apenas aparecían los primero rayos de sol, salían a revolotear al compás de sus ruidosos chillidos, con sus vuelos rasantes sobre los arbustos y  otros tan altos que llegaban hasta las barrancas que bordean el curso del río.
            Cuando se acercó el momento de dejar el nido materno, los hermanitos loros salieron en busca de todo lo que sirviera para construir un nuevo hogar, donde formarían sus propias familias.
            Chod soñaba con un nido igual al que su padre había construido para ellos, pero  Kelü y Korü eran tan vanidosos y presumidos que querían tener mejores nidos, modernos, llamativos y lujosos para que el resto de la bandada sintiese envidia de ellos.
            Esa mañana Chod golpeaba su potente pico contra la roca que formaba la pared del barranco y desde allí observaba a sus perezosos hermanos. Kelü había encontrado unas bolsas de nylon enganchadas en un alambrado cercano, y con una audacia sorprendente, armó rápido una especie de cuna entre los achaparrados arbustos. Korü vio flotando en el río unas botellas de plástico que, con sus ágiles patitas, las llevó hasta la orilla y decidió armar su nido entre el escaso follaje de un árbol.
            Mientras Chod seguía picoteando la dura tierra del barranco, haciendo una especie de túnel, sus hermanos presumían de sus coquetas y coloridas alcobas terminadas, cuando éste finalizó su delicado trabajo, decidió visitar los nidos de sus hermanos.
            Al ver las débiles e inestables construcciones, les recordó lo que tanto les habían recomendado sus mayores acerca de lo peligroso que sería esconderse de Calquin, el gran águila, pero los haraganes loritos se enojaron con Chod y le pidieron que no se entrometiera en sus cosas y con movimientos bruscos, agitaron sus  alas hasta espantarlo del lugar.
            Los días pasaban y comenzaban a acercarse los primeros fríos patagónicos. Una mañana, mientras Kelü y Korü dormían, una enorme sombra cubrió por unos segundos los rayos de sol, Chod que se encontraba ordenando su nidito no tardó en advertir que el peligro rondaba y que sus hermanos estaban indefensos.
            Kelü estaba muy calentito en su nido de nylon cuando sintió un aire fresco que lo rozaba, y al abrir lentamente sus ojos, vio como Calquin agitaba sus enormes alas. En un segundo, él y su nido volaron por el aire. Con un miedo incontenible voló desesperado a pedir ayuda a Korü sin advertir que, con mirada desafiante, el  peligro lo seguía a gran velocidad.
            Cuando logró llegar al nido de Korü a esconderse, rápidamente, como una avalancha, Calquin alcanzó con sus garras las ramas secas del árbol y con violentas sacudidas hizo caer en pedazos el coqueto nido de botellas. Los pobres loritos, muertos de miedo volaron desesperados hasta el barranco donde toda la bandada había construido sus nidos, a rogarle ayuda a su hermano Chod. Todos los loros barranqueros permanecían escondidos, seguros de que allí el temible águila no podría entrar.
            Kelü y Korü tuvieron que dejar de lado su orgullo y con gritos suplicantes, le pidieron a Chod  que por favor los dejara entrar.
            Cuando Chod corrió las piedras, que tapaban la entrada a su nido, los tres loritos se fundieron en un abrazo fraterno, felices de no haber sido bocado de Calquin. Entre lágrimas y sollozos los hermanos pidieron perdón a Chod por haber desoído las recomendaciones de sus mayores y haber sido haraganes y vanidosos al construir sus nidos.
            Al día siguiente, apenas aparecieron los primeros rayos de sol, la bandada comenzó a salir de sus refugios y, con un ruidoso aleteo, festejaron el estar todos a salvo. Rápidamente Chod, Kelü y Korü comenzaron a construir juntos unos nidos más seguros para los rebeldes loritos, en la ladera del barranco.
            Así estos loritos barranqueros aprendieron a escuchar los consejos de los mayores.

Valentina Montero
                     Escuela Provincial N° 83, Biblioteca Escolar “Isidro Quiroga”          Comodoro Rivadavia, Chubut.

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